Después de pasar cerca de ochos horas en el trabajo, Patricia llega a su casa, al entrar deja su postura de jefa, y entra la otra mujer tan distinta a la profesional, mas bien insegura, es cierto, tenía un buen pasar, dos hijos preciosos, y un marido que la adoraba pero aún así, sentía que algo le falta. Como todas las noches desde hacia ya algún tiempo buscaba excusas para no tener relaciones con su marido. Se sentía mal al tener que fingir orgasmos que no sucedían y tampoco se atrevía a enfrentar la situación con Alejandro, no se sentía capaz de discutir el porque ya no habían las ganas que al comienzo de su relación, todo se había convertido en rutina y, estaban normados todos los horarios incluidos los días y las horas de hacer el amor, el lograr la estabilidad que suponían tener y algún sentimiento ligado al amor pero disuelto por el tiempo los hacia seguir juntos.
La sonrisa de Patricia había quedado relegada en alguna foto familiar, ni ella sabe porque ese ceño serio, sin vida, era su expresión diaria. Pero todo comenzó a cambiar con velocidad impresionante, su sonrisa volvió a aflorar cuando conoció a Ernesto, si pudiéramos decir que lo conoció, pues tenían contacto casi a diario, si no era por mail lo era por teléfono, se tejió entre ellos una relación extraña, una obsesión para ella, un misterio para él, en está relación no había edades, ni estatus, sólo era.
La comunicación entre ellos se fue encendiendo, sus diálogos bordeaban el filo entre lo obsceno y lo correcto, entre lo humano y lo animal, lo secreto de la situación empezó a atraerle más y más, sus ganas volvieron, y siempre se veía dispuesta a entablar juegos eróticos con él o sin él, los encuentros fueron más seguidos, pero nunca presente, era una forma de controlarse, de poner un limite a esta situación que a ratos se le iba de las manos y le cambiaba el humor. Patricia se sentía infiel, pero feliz, a la cama volvió la calentura exiliada por la rutina. Alejandro intuía que algo sucedía, pero acostumbrados a dejar que el silencio actuará entre ellos, no dijo nada.
La llegada de cada noche tenía un significado especial para ella, a su lado sentía llegar el joven amante que llenaba su cama, e imaginaba como rozaba la respiración entrecortada su cuello, como besaba sus hombros sin apuros, sentía sus grandes manos recorrer su cuerpo febril, se encendía, su obsesión la llevó más de una vez a buscar su propia satisfacción al sentir su presencia en la habitación, cerraba los ojos e imaginaba encuentros en lugares comunes, se humedecía. Entonces Alejandro ya no era Alejandro, era él, y lo besa con pasión buscando en su boca cada punto que la conecte con su fantasía, y besa su cara, mordisquea sus orejas, escucha los gemidos tantas veces oídos por el fono, se empalaga de su miembro duro y lechoso hasta que el grito del placer causado, la sacaba del trance de beberse la vida, ella, lo toma y cabalga sobre él dando rienda a la calentura desatada, como yegua arisca no es fácil dominarla, y la suavidad es dejada por la penetración que labra su pulpa mojada, ahora es ella a quien montan, mientras le susurran palabras obscenas, violentas que la excita más, mientras ella susurra, casi orando, para que no le oiga aquel nombre que encerraba su vuelta a la vida, y siente como la lengua víbora, que ya no es de él sino de su amante, abre sus rosadas carnes enrojecidas por la pasión del entregarse, tantas veces relatadas, y ruega que la sometan al dolor y al placer de verse invadida por el sexo enhiesto que la llena , y gime , gime para no decir su nombre, lo abraza, lo rodea con sus piernas y brazos, hundiendo con fuerza , ira, ternura sus uñas, sus manos, para dar comienzos a los estertores del final, con los ojos más cerrados que nunca, invoca como ritual de magia negra a su amante para hundirse en placer del instante, su nombre recorre su cuerpo mientras calma se respiración. No dice nada, Alejandro le da un beso, le dice gracias, cada uno a su lado del lecho, él mirándola, Patricia buscando en el vacío del cuarto alguna huella de la ilusión que dejo marchar esta noche y la marcaban, esperando que llegue nuevamente la siguiente noche e invocarlo a él.